miércoles, 3 de febrero de 2010

El cruce de Thanatos

Uno, dos, tres, cuatro...

Uno, dos, tres, cuatro...

En cuclillas, soportando el ardor del suelo de rocas bajo el sol tajante. Ahi esta el extraño del todo o nada, mirando los miseros 4 o 5 metros de asfalto que lo envuelven en la divergencia. Apoya sus dedos, esperando que un revolver imaginario le de la señal de largada. Sonrie con sadismo, apretando los dientes hasta dejar que la sangre brote de sus encias. Agacha la cabeza, y al mirar de reojo la ruta, sus pupilas parecen desaparecer. Oye en milesimas de segundo los rugidos de las bestias de acero que parecen mirarlo y mostrarle los dientes para luego seguir su marcha. Siente la suavidad del deseo, y la frialdad de la muerte.

Ha vivido bastante como para descubrir que no hay vertigo mas divino que el que cruza la vida y la muerte. Alguna vez ha leido sobre las puertas Shinto de Japon. Aquellos umbrales de madera que una vez atravesados transforman a quien cruza en un ser divino. Ha fijado su puerta Shinto en medio de la doble raya dorada que limita el salvajismo de los pilotos. Busca hacerse Dios al finalizar el cruce, y sigue contando...

Uno, dos, tres, cuatro...

Uno, dos, tres, cuatro...

No le queda nada. Ni la caricia, ni los azotes, ni la razon. Ha buscado con tanto esmero llegar a cumbres kilometricas. Lo ha logrado pocas veces, y cuando lo hizo, se dio cuenta que el cielo seguia lejos. Por eso cambio el foco abajo-arriba por atras-adelante. Se encuentra atras y el cronos le abre dos opciones: lograr el adelante y hacerse par con El, o ser alcanzado por las bestias y ver sus piezas brotar en una rafaga carmesi. Austero, su objetivo es unicamente ese cruce. Cuando lo logre, sera uno de Ellos.

Uno, dos, tres, cuatro...

uno, dos, tres, cuatro...

Por un momento recuerda su humanidad mundana y ve su voluntad reducida. Intenta volver al umbral donde la razon es aquella bella mujer que intenta alcanzarlo, mientras el se acomoda en su asiento y deja seguir el tren. Su sonrisa vuelva a desatarse, sus encias vuelven a brotar, sus pupilas vuelven a desvanecerse y sigue contando...

Uno, dos, tres, cuatro...

Uno, dos, tres, CUATRO!!!


...



El extraño del todo o nada despega sus pies y se deja impulsar hacia la ruta, buscando atravesar la puerta Shinto, mientras las voraces bestias de acero se atacan entre ellas y se relamen por atrapar a su presa...

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