martes, 16 de marzo de 2010

Bar Convergencia II

"En algunos mundos el Aleph es un reloj de arena"

Y si, uno es consciente de las falacias televisivas, sobre todo con el tiempo. Pero en esos días donde parece que esta todo jugado, es mentira que los desengaños pasan como agua. Aquel día la tormenta me encontró sin piloto, sin paraguas, y sobre todo sin humor. A los 76 un aguacero como aquel pudo haberme dejado en la catrera o mandado a tocar la lira. Pero soy lobo viejo, y como tal no me dejo ventajear. Por eso duermo poco, por eso almuerzo con yogurt, por eso riego las plantas que la vieja me dejo encomendadas, como pacto final de nuestro amor. Aprovecho cada respiro que a estas alturas San Pedro me da como crédito a pagar. Encontré seductor aquel bar de la esquina de Yerbal y Lamarca para ganar un poco de temperatura. Quiero aclarar que esta experiencia fue real hasta lo que me permite la unidad sellada. A estas alturas uno nunca sabe cuando la maceta le juega un falta envido.

Entre apurado, tiritando de frió, girando la cabeza para buscar asiento. El mozo me vio y con unos modales que hoy no están de moda me invito a agarrar la mesita que estaba cerca de la estufa. Le pedí una un poquito mas alejada, porque por ahí el golpe de calor me hacia mal. No pude evitar mirar el pantalón de vestir del muchacho. Era un Hardings del año 50 aproximadamente. Me la pasaba hablando con el sastre sobre la finura de esas telas. Sonreí contento. Pedí un café con leche, como para darme un gusto, y abrí ese ejemplar de “La Cuestión Judía” que nunca me puse a leer, quizás porque de tan cortito me parecía un panfleto. Desde que me jubile mato el vicio de un viejo profe de literatura con lo que puedo o tengo a mano. Desde cuando tengo este librito? A dos mesas de distancia había un pibe de espaldas de aproximadamente 22 pirulos con el mismo ejemplar. Ahí me di cuenta: lo tenia desde los 20. Lo descubrí en el galpón de la casa de la vieja, cuando una neumonía de esas bravas me la llevo al Cielo. Creo que lo compro en una librería que estaba ahí por Gaona y Espinoza, que ya no existe mas, y como en esa época la cosa con los comunistas estaba medio complicada lo dejo ahí tirado. Lo abrí con la velocidad que me permiten los abriles, y cuando quise leer el primer renglón, una voz dulce pero atrevida me interrumpió. “Puta madre” se escucho entre murmullos. A duras penas pegue la vuelta y mire con un solo ojo. Me basto con eso para ver lo sublime. Viejo verde, me dirán, pero la chiquita esa me saco el calendario de un arrebato. A veces no se como la inocencia, la lujuria y el arte pueden armonizar de tal manera, pero ahí estaban en un todo. Y la piba seguía puteando. Tenia un cuadrenillo sobre la mesa y apoyaba su cabeza fastidiosa sobre una mano que también sostenía una birome. Fui un imprudente. Como esta la calle hoy, quizás se hubiera asustado. Algo me levanto de la mesa. No creo que haya sido mi Luisa querida, Dios la tenga en la gloria. Tampoco creo que se haya enojado.

Me acerque con algo de temor, pero tratando de sacar chapa con las canas, que en los días de docencia en el Buenos Aires eran garantía de respeto, al menos en la mayoría. Mire de reojo el apunte que tenia en el cuaderno. Me saque la grande. La piba estaba estudiando figuras retóricas."Disculpe, señorita, la puedo ayudar en algo?" Pregunte, agravando el timbre de voz lo mas que pude. La piba no respondió. Hasta me miro asustada, pobre alma.
-No me quiero entrometer en sus asuntos, pero me dedique 40 años a enseñar eso que le esta sacando tantas dedicatorias a su madre- Me sonreí, ya pensando en retomar el café con leche que deje por la mitad.
-En serio? Torturo a sus alumnos con la sinécdoque, el oximor y los eufemismos?-
-… es “oximoron”, jeje.

Estuve aproximadamente una hora en su mesa, dibujando garabatos para explicarle aquellas figuras de nombres poco felices, pero que son un revulsivo decoroso en una buena estructura de relato. Empecé con la vieja y querida sinécdoque, y aproveche, casi de forma inconsciente, para dedicarle algunas palabras a esa hermosura infranqueable. Tenia una remera sin mangas, con un tatuaje de esos que se hacen los pibes ahora. “MJ” rezaba el dibujo sobre su piel. Seria su nombre y el de algún muchacho de bueno ojo y reflejos rápidos. Como el cauce del rió mas sublime, sus curvaturas perfectas daban forma a esa vestimenta, elegida como el pintor a su lienzo.

Hable solo todo el tiempo, ella escuchaba.
-“La inmensidad de sus pequeños ojos hacen temblar a mis dedos enamorados…”
-Perdón, como dice?-

Me sonreí satisfecho con mi audacia, y a la vez timido con mi atrevimiento. Respiré hondo y le explique.

-Señorita, le acabo de decir una frase que contenía un oximoron y una hipálage. El oximoron es la figura que complementa dos conceptos opuestos en uno solo. Hablo de la “inmensidad” de sus “pequeños” ojos. A la vez agrego una hipálage que es la figura que atribuye cualidades o acciones a sustantivos a los que en realidad no pertenecen. No son mis ojos los que están enamorados, sino yo mismo. Entiende como se articula? La retórica es el color del relato, eso que estimula nuestros sentidos y hace que una palabra, letra o frase nos despierte odios, amores, recuerdos.
-Je, perdón, no da la frente para tanta idea...
-Ve usted? Acaba de hacer una sinécdoque. Nombrar el todo por las partes. La frente es solo una parte de su cabeza, que es la que genera el pensamiento. La Sinécdoque nombra el todo por las partes. Si le permite a esta persona mayor, y acá estoy usando un eufemismo que es la figura que reemplaza un adjetivo agresivo por uno mas tenue, quiero agregar que el amor y la sugestión no rehuyen de los hombres que se atreven a mirarla, y con esta frase estoy usando una litote, que es una figura similar al eufemismo que atenúa la frase concreta.

Cuando quise darme cuenta, estaba desplegando todo mi arsenal poético. La pequeña musa miraba como alucinada por el juego de palabras que en cada engranaje formaba frases sugestivas, o al menos que conmovían medianamente las sensaciones. La jovencita comenzó a jugar conmigo. Entre los dos armamos una prosa, llena de sinécdoques, de lítotes, de hipérboles, sarcasmos y tautologías. Hablaba de los encuentros, del amor en tiempos desencantados, de la infinitud de un pensamiento, de ocasos, amaneceres, de la muerte y la esperanza. Por una hora fue que me olvide del frió, la presión, los años perdidos, los que ya no están. Por unos minutos volví a ver mi cabello oscuro, mis manos lisas, mi voz aguda. Reía como nunca en tantos años. Aquel mocoso con el libro que nunca leí, echo una carcajada de felicidad, abrió la puerta y se fue como para no volver nunca. La hora paso. La niña me dio un beso suave de agradecimiento en la mejilla y abrió la puerta del bar con lentitud, y algo de reticencia.

Por tres semanas volví al mismo cafetín, a la misma mesa, y hasta pedí el mismo café con leche, esperando reencontrarme con aquella pequeña de la que me había enamorado irresponsablemente. Nunca mas la volví a ver. Un día, mientras los labios me temblaban con debilidad y nostalgia, sentado en donde ya hasta tenia una mesa asignada, una mujer de unos 73 años se sentó frente a mi. Me quede mirando sus ojos claros, hasta que la intriga me pudo:

-Puedo ayudarle en algo, señora?
-Olvide decirte algo. Me llamo Maria José. Y te amo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario