martes, 3 de agosto de 2010

Cuando el Ancla Suelta el Barco

Federico Markovic se levanto aquella mañana como cualquier domingo de aquellos cuatro que computaba desde su despido de la estación de servicio. Sobre la mesa ratona del living se soltaban como barajas en plena jugada las hojas del curriculum vitae, llenas de fantasía profesional y objetivos planteados para salir al paso. “Lo único que hice en mi puta vida fue atender una estación de servicio. No los surtidores, el autoservicio. Y quiero mandarme a una empresa de seguros. Lo único que se vender son caramelos” piensa con una sonrisa de picardía y frustración amalgamadas, mientras sumerge los labios en la taza de café. En la vida, por más que te recuestes sobre el sofá con las manos tras la cabeza a permitirte una vacilación efímera, un segundo de reflexión, apenas un descanso, seguís subiendo la escalera. Los pies se entumecen, te automatizas y ahí va la rueda, sin sentido definido, pero en una misma dirección.

Cruzo Artigas casi sin mirar el transito, mientras el chofer del 113 se deformaba los dedos haciéndole luces. Federico Markovic suele vivir más en plano de los sueños que en el mundo real. Aquella estación de servicio fundida, de casi desconocida franquicia, estaba ubicada en Agüero y Charcas, en los perímetros de Morón. Era más usual el ver como los autos se cruzaban como el tren de la línea Sarmiento por su rostro hastiado, que el avisarle a los muchachos de los surtidores que había clientes. Por lo cual, algunos segundos le bastaban para ver llegar a una hermosa mujer, deseosa de algún dulce o un atado de puchos, mientras se perdía en la mirada penetrante del seductor comerciante, quien pocas horas después la tenia clamando por él en el asiento trasero de su auto. Pocos segundos le bastaban a sus compañeros para golpear un vidrio o una escoba sobre el suelo y recordarle la verdad: no había ni mujer, ni auto. Su imaginación creadora y su memoria selectiva seguían la misma mecánica mientras caminaba sobre Bogota, hasta que un nuevo evento interrumpió su relato.

-Federico! Por favor!

El nombre. Ese avatar definitivo que bien pronunciado retrotrae a cualquier sujeto de su limbo personal. Dicen que algunos pacientes psiquiátricos hasta pueden tener segundos de lucidez si se los llama por su nombre. Federico Markovic, levanto la cabeza, cortando con tijera sus pensamientos, buscando a aquel que había vociferado su nombre. Sin embargo bastaron pocos segundos para darse cuenta que no era el a quien llamaban. Sobre la verdulería de mitad de cuadra, a pocos metros de la balanza, pudo ver al “verdadero” Federico. Un hombre que, mientras tecleaba los dedos sobre su sien, gemía un llanto exhausto, en estado de shock. Estaba parado sobre una pila de cajones de verdura, lo suficientemente concentrados para no romperse bajo sus pies. Su compañero, un hombre de aproximadamente 50 años, robusto, moreno, vestido con camisa a cuadros y un delantal blanco, le hacía que se calme con las manos, pero el sujeto no entraba en razón.

-Federico, tranquilízate, no pasa nada!

-Cállese!! Yo no soy! YO NO SOY!!!

Ya demasiado tenía en su vida Federico Markovic para seguir espectando la imagen de un pobre hombre que había perdido la razón. A pocos metros pudo ver una ambulancia de la cual bajaban dos enfermeros con una silla de ruedas y varios brazaletes de cuero. La función estaba por terminar. Clamo una plegaria por su homónimo y continuo hasta el subte A, que a esas alturas debía ser un hormiguero. Llego hasta la boca del subterráneo, pero antes de descender opto por comprarle el diario a quien ya lo tenía desde cliente, desde que asumió el rol de desocupado. El hombre del kiosco lo reconoció rápido y con una sonrisa levanto el brazo en señal de saludo y llamado.

-Como va Rogelio-

-Bien pibe, cómo va la vida-

Acá, tirando, voy a ver si sale algún laburito, tenes el diario?-

-Muchacho, eso no se pregunta, toma. Dos con cincuenta. Apura que vas a llegar tarde

-Buenísimo, gracias, Roger-

-Cuidate Raulito, después me contas-

Tal era el despiste de Federico Markovic, nuevamente sumergido en sus fantasías, que no advirtió la confusión del kiosquero. Pasaron algunos minutos, ya esperando el subte entre media Capital Federal que había coincidido en tomarse el mismo vehículo, hasta que retrocedió en el tiempo al momento del saludo. “¿Quién carajo será Raulito?” pensaba mientras se reía solo. Media hora casi clavada tardo el subterráneo hasta llegar a la estación Peru. Intentando no patear tacos y zapatos ajenos, Federico Markovic salió hacia la superficie, semi apurado, algo temeroso de perderse la entrevista, habida cuenta que las agujas generalmente estaban en su contra. El destino también. A pocos metros pudo ver como una mujer sonreía y le levantaba la mano. Josefina, su compañera de la facultad.

-Buscando laburo, no?-

-Que haces, Jose, discúlpame pero llego tarde a una entrevista-

-No pasa nada, Rulo, anda y después me tiras un mensajito para contarme-

Josefina salió despedida hacia la Rosada, antes que Federico pudiera preguntarle por que le dijo “rulo”. Poco tiempo tenia para resolver la cuestión. Puso quinta y a duras penas llego a la aseguradora. Ahí estaban los postulantes, esperando su llamado. La empresa había exigido mandar los curriculum vitae por mail, para ser llamados por orden alfabético. Pablo Lugano era quien esperaba junto a Markovic. No había mas estaciones entre “L” y “M”.

-“Lugano”-

Las piernas de Federico Markovic temblaron ligeramente ante la inminencia de su turno. Pasaron 15 minutos hasta que Lugano salió del recinto. Ya en posición, con el diario empuñado en su mano izquierda y el morral sobre el cuello, Markovic ensayo una perqueña incorporación del asiento.

-Pietravello-

Seguramente el abecedario no había trocado de viernes a lunes. Federico Markovic se acerco al vocero y le consulto sobre su turno, dando nombre y apellido.

-Aca no hay ningún Markovic registrado. Quizas no llego el mail (en ese momento el joven empleado vio el gesto de frustración del postulante). No te hagas problema. El martes que viene hay otra entrevista. Manda el CV de vuelta y venite. Por las dudas trae uno en papel.

No le daban las dedicatorias a Markovic para maldecir por el tiempo perdido. Por un lado se auto flagelaba pensando que no había mandado bien el correo, mientras que por el otro creía levemente que la empresa había tenido un error. Tratando de serenarse, entro a un café, pidió un cortado y desenfundo su resaltador para subrayar empleos. Ritual del fracaso, visto desde afuera.

Esa misma tarde prefirió evitar las visitas. Llego a su departamento y se relajo con algunas baladas de Whitesnake. Por alguna razón le costaba deducir las predicas de David Coverdale. “Debo estar cansado” se justifico, y ahí nomas se dio cuenta que no había almorzado, siendo ya las 2 de la tarde. Abrio su heladera buscando un tentempié. Si bien el aparato por dentro tenia el formato típico de un hombre soltero, el impacto siguiente no tuvo correlato con sus expectativas. Rapazmente invadido por una nausea horrenda su cabeza se agito bruscamente y su rostro se contrajo. El hedor agresor venia de la tercera bandeja. Una ensalada que tenia al menos una semana dentro el habitáculo, ya comenzaba a mostrarse porosa, rodeada de invasores verdes. Hasta el dia anterior, Federico Markovic no había advertido la podredumbre. La presión en su cuerpo comenzó a caer. Tuvo que arrodillarse sobre el suelo, cubriéndose la boca y la nariz con la mano derecha, mientras que con la izquierda trataba de cerrar la heladera. Se sento en la silla de la cocina, atajando el desodorante de ambiente y tratando de respirar. Pasaron dos horas hasta que se animo a sacar la abominación de la heladera. Para eso mojo un repasador y se lo coloco sobre la nariz. Afortunadamente existía el delivery. Terminadas las 4 empanadas de carne, Federico Markovic abrió sesión en su computadora y se decidió a reenviar el mail con su CV, mientras repetía la acción en otras empresas. Solamente por curiosidad reviso los mails enviados, y ahí estaba el currículo, exitosamente dirigido a la empresa. “Pelotudos de mierda” bramo con los dientes apretados. Mientras reenviaba el correo, un pequeño cuadro le informaba que había llegado un nuevo mensaje. Al fijarse, eran las notas de Semiotica de los Medios, materia que le venia sacando la juventud, la paciencia, el pelo, las ganas… Aterrado (los finales eran insuperables en esa catedra) Federico Markovic abrió el mail. Su nota no estaba.

-Si algo me faltaba era esto. Dia de mierda.

Dos días después fue hacia la Facultad, dispuesto alguna vez a hacerse valer frente al imbécil recién concursado como profesor. Ahí lo esperaba, con su típico gesto de soberbia.

-Profesor, discúlpeme, pero ante ayer me llego su mail y mi nota no estaba-

-Estaba, tengo aca la planilla y su nota esta. Quedese tranquilo que se saco un 5, va a final.-

El “quedese tranquilo” parecía burla. Trago saliva y repitió:

-Profesor, le digo que mi nota no estaba-

-Parra, su nota estaba, la tengo aca si quiere se la muestro-

-¿Quién es Parra? Yo soy Markovic-

-Si esto es un chiste le va a jugar en contra. ¿O me mintió todo el cuatrimestre? Aca esta su nota: Raul Parra, 7, 5, promedio 6, no le da para promocionar. Retirese, lo veo el 18 de julio.

-Pero…-

-Salga de aca o le inicio un sumario-

Parecía una maldición. Para colmo no podía ir a reclamar a departamento de alumnos, porque lo esperaba una nueva entrevista. Decidió, en principio, calmarse, y luego volver para iniciar el reclamo. Masticando bronca, se dirigió a la empresa de telefonía, a la cual había mandado su curriculum. Al menos en ella tuvo un poco mas de suerte. Siendo las 9 de la mañana, quien tomaba las entrevistas en el area de recursos humanos le pregunto a Federico Markovic si estaba para entrar. Buscando , casi rogando algo de suerte, el ya agotado estudiante desocupado entro a la oficina. Apoyo su curriculum en la mesa y junto sus manos sobre la superficie de vidrio. El entrevistador agarro la hoja, sin mirarlo y sin emitir palabra. Mientras éste leia ítem por ítem los antecedentes laborales (reales y ficticios) un deja vu de momentos anteriores le arrebato la cara como un péndulo violento. Algo que olia mal le comenzó a retorcer el estomago.

-Bueno. Digame, cuales son sus horarios disponibles-

Markovic no podía responder. Su rostro comenzó a palidecer, sus labios se pusieron morados. De a poco comenzó a sentir que las fuerzas lo abandonaban y la presión en sus entrañas era cada vez mas fuerte. Como si un fantasma se hubiera apoderado de su cuerpo, solamente atinaba a mirar fijo al entrevistador, quien comenzó a pasar de la impaciencia a la preocupación. Un hedor insoportable, similar al de su heladera estaba arruinando a Federico.

-¿Parra, se siente bien?-

Otra vez ese apellido. ¿Seria Parra el fantasma que agredía su cuerpo? Antes de vomitar el café sobre la alfombra de la oficina, y arruinar su chance de entrar en el trabajo, Federico Markovic, o Raul Parra, comenzó a hilar cabos. El “Raulito” del quiosquero, el “Rulo” de Josefina (“un juego de palabras”, pensó) el Raul Parra que se había ido a final. Algo estaba combinando morbosamente. Recobro el conocimiento unos minutos después, mientras el entrevistador agitaba un diario sobre su cara y una secretaria traia un vaso de agua. Lo único que atino a decir, mientras se incorporaba fue: “la ensalada que va a comer al mediodía esta podrida”.

Debilitado, pero sobre todo desconcertado, Federico Parra volvió a su departamento. Acelerado, abrió su casilla de correos y ahí estaba el listado con las notas. Federico Markovic no existía. Raul Parra figuraba entre Josefina Miguez y Leandro Quirno. Ya en el umbral de la desesperación comenzo a revisar sus curriculums. Algo andaba mal. El que mando a la telefónica decía Federico Markovic, y aun asi el entrevistador le dijo “Parra”. Luego miro los que había impreso. Barajandolos con desesperación, alejándose cada vez mas del mundo y de su identidad, podía leer “Federico Markovic”, “Raul Parra”, “Raul Markovic”, “Federico Parra”. La mutacion se estaba dando gradualmente. Aterrado, llamo a Josefina. La joven atendió con la simpatía de siempre.

-¿Rulo, como andas querido?

"Rulo” no contestaba. Enfurecido, se miraba al espejo para constatar que su pelo seguía siendo lacio. Mientras tocaba su cabellera, Josefina preguntaba: “¿Rulo?” “¿Estas ahí?”

Corto el teléfono sin contestar. Enmudecido, sumergido en el mar confuso que era ahora su identidad, Federico Markovic, Raul Parra, se recostó en su cama, escrutando un espacio de tranquilidad. Repasando todos los eventos que se habían sucedido desde que su nombre comenzó a deambular fuera de su ser, Raul pudo recordar un evento previo: el verdulero que había entrado en la locura, aquel que reaccionaba con furia cuando le decían “Federico”. Ya era tarde para ir a la verdulería. Espero con los ojos petrificados y el sueño escondido en algún punto del universo hasta el otro dia. Cuando llego el alba, Raul Markovic se ubico contra la pared contigua del negocio y se prendió un cigarrillo. Ya poco le importaba que el quiosquero amigo de toda la vida lo haya llamado Raul. Aldo, el robusto dueño del local llego al mismo tiempo que el camión proveedor. Raul Parra se acerco al hombre, quien lo miro con desconfianza. Sin embargo, la carrera del confundido se interrumpió bruscamente por un instante paradisiaco. Un aroma hermoso invadió sus sentidos. El primeraroma sublime desde aquellos instantes de nauseas. Como si la paz volviese a su cuerpo, Raul Parra levanto el mentón, cerro los ojos y respiro profundamente, extendiendo una sonrisa, apuntando su menton hacia el camion proveedor. Albahaca fresca.

-¿Te puedo ayudar en algo?- Pregunto el verdulero. El gesto de Parra muto rápidamente. Un olor no tan fresco perseguía la delicia de la albahaca.

-Los tomates perita. No los agarre.-

-¿Cómo?-

-Estan feos. La albahaca es buena, pero los tomates están feos-

Incredulo, el verdulero agarro uno de los tomates perita y los olfateo de cerca. Efectivamente, restaban podridos. Se acerco Raul Parra, con una sonrisa.

-Vos sos Raul, el pibe que vive en Culpina, no?-

-Soy yo. Que bueno que nos conozcamos los del barrio, no?

-La pibita del ciber de enfrente hablo de vos una vez. Anda como loca, pibe ahí ganas. ¿Vos pasaste hace unos días no? Mientras se llevaban a Fede, pobre. La petisa se acerco y me pregunto por vos. Como yo te veo pasar seguido, pero nunca hablamos, en ese momento casi ni me percate, con todo el quilombo. Despues me avive que habías pasado. Obviamente la nena se avivo el doble.-

-¿Que le paso a Federico?-

Se “piro”. Un dia empezó a decir que no se llamaba Federico y se volvió loco-

-¿Nunca dijo como se llamaba?-

-La esposa nos dijo que una vez le tiro un nombre, pero no nos dijo cual. Quedo mal la mina. Pero escuchame una cosa, cambiando de tema. ¿Tenes maña para ditinguir la verdura buena de la podrida?-

-Me defiendo un poco. Si andas buscando un reemplazo a Federico Markovic, avísame.-

Raul Parra sucedió a Federico Markovic al otro dia. Pasaron tres años desde que empezó a trabajar en la verdulería. El sueldo no era oneroso, pero le daba para vivir y mantenerse sus nuevos estudios en la Facultad de Agronomia. Ya no tenia idea lo que era la semiótica de los medios masivos. Pasaba sus mañanas descartando la verdura podrida, vendiendo junto al jefe, saludando a las vecinas y chapando con Cintia, la cajera del ciber, hasta que Aldo le ordenaba sonriente volver al trabajo. La identidad es algo que se forma en el colectivo. Raul Parra no era Raul Parra porque quería. A veces se preguntaba por que Federico Markovic había enloquecido, sin poder adaptarse a su nombre. Quizas el no tuvo en el aroma de la albahaca una salvación. La vida anterior de Raul Parra, plagada de curriculums, computadora, café y apuntes, no tenia esa suavidad sensitiva. Cuando los hombres y los espacios decidieron que fuera Federico Markovic, no pudo adaptarse. Antes de olvidarse definitivamente de su yo anterior, Raul Parra visito a la viuda de Federico Markovic. La mujer casi no lo percibió. Dejaba la puerta de su casa entreabierta, esperando el regreso de su marido. Raul Parra ingreso a la casa, la mujer lo vio y giro la cabeza hacia su televisor. Tenia 38 años, pero su vestimenta y sus canas prematuras la hacían ver mayor. Atribuyendose la condición de intruso, Parra ingreso a la habitación de la pareja. Sobre un escritorio totalmente vacio, solo se vislumbraba un anotador, lleno de garabatos sin orden ni sentido. Cuando Raul se acerco al papel, pudo descifrar lo que enunciaban dichos garabatos:

“Soy Raul Parra”.

El golpe opaco de un zapato sobre la madera húmeda hizo caer el anotador de las manos de Parra. La mujer de Markovic, dura como los adornos, mirándolo fijo con unos ojos grises que helaban su sangre, respiro con locura y gesticulo como un cadáver:

-Del nombre no se escapa-

-Señora…-

-¡¡¡DEL NOMBRE NO SE ESCAPA!!!-

El grito hizo arder los oídos de Raul Parra. La mujer, agitando una vieja foto de su marido, se alejo, temblando y entonando:

Del nombre no se escapa. Del nombre no se escapa. Del nombre no se escapa. Del nombre no se escapa. Del nombre no se escapa. Del nombre no se escapa…

Raul Parra trabajo un año mas en la verdulería. Se suicido una mañana de Marzo, dejándose caer del séptimo piso en el que vivía. Fue de un dia para el otro. Siempre mantuvo la sonrisa, hasta que un dia Aldo lo encontró en cuclillas, sollozando aterrado. Cintia trato de calmarlo pero no hubo caso. Cuando Aldo pregunto que había pasado, la joven le conto que una mujer paso por delante de la verdulería y de repente pareció reconocer a Raul, que pesaba tres tomates para una cliente. Parece que la mujer se acerco sonriente y como si nada pregunto: “¿como andas Fede, tanto tiempo?”

No hay comentarios:

Publicar un comentario